Pregón Fiestas 2019

PREGÓN FIESTAS DE SAN ROQUE 2019

Señor Alcalde, miembros de la Comisión de festejos, concejales todos, asociaciones, sileños, sileñas, visitantes con GPS, visitantes sin GPS, buenas tardes. Enhorabuena a la Reina de las Fiestas, a la Reina de las Fiestas Infantil, y a sus Damas de Honor. Año tras año, sois la prueba de que en Siles la belleza no es solo patrimonio del paisaje. Enhorabuena también al Míster y al Míster infantil (entendedme que no os aplique la misma frase, pero estáis en la línea).

Muchas gracias por haberme elegido como pregonero, para pregonero y pregones buenos los que me han precedido en esta Plaza o el que, hace décadas, tras el soplo de la trompetilla, nos anunciaba calle a calle que en el Mercado había sardinas en el puesto de la María Isabel, o que mi padre había perdido sus gafas, pidiendo al que las encontrara las dejara en la farmacia de abajo.

Hoy espero hacerlo no muy mal ni prolongarme demasiado. Como los pregones siempre son el día 13, dispongo de 24 horas, si me paso, vosotros hacedme una señal, silbido a 4 dedos, golpes en el reloj, en fin, algo discretito.

Tuve un sueño. Sí, ya sé que es una forma fácil de empezar. Bueno, diré entonces que soñé que soñaba. Soñé que soñaba que ya estaba en Siles con Carmen, mi mujer, Blanca y Marta, mis hijas, que mi tía Jacinta, con su generosidad y hospitalidad de siempre, ya había abierto nuestra casa del Coso para atender a la familia durante el verano, como tantos años atrás, como hizo mi abuela Desideria, con la ayuda de Encarna, luego de Encarna y Baldomera, ahora de Baldomera y Verónica. Ya estaban mi tío Paco, mi tía Ma Teresa, mis primos José Antonio, con Pilar, Javier y Lourdes, Irene y Gonzalo, Helena y Guillermo, Belén, y los hijos de todos. Aunque tiempo ha que no vienen o no coincido con ellos, también estaban mis hermanos Juan, Ana Belén, María y mi primo Ricardo con Celia. Yo estaba tendido, escuchando la voz pausada y profesional de mi tío Paco, y la también profesional, aunque menos pausada, de mi primo Javier, médicos ambos de prestigio:

“Riqui, la cornada es profunda, tiene diez centímetros de recorrido, ya te advirtió Carmen que no corrieras los encierros”.

“Odo, no puede ser, -contesté- si yo no corro, una vez lo hice a más de doscientos metros de los novillos, casi me asfixio y se me descontrolaron los michelines”.

“Despídete de tu mujer y de tus hijas”.

Y así fue cómo abandoné este mundo, y me dirigí a mi destino natural, el Purgatorio.

En el camino al Purgatorio, primera desviación según se sube, estaba el Cielo. Claro, me picó la curiosidad y me acerqué. Aprovechando que San Pedro estaba distraído porque mi tío Virgilio Zamora trataba de cambiarle las llaves del Cielo por un sello y una vitola, me colé con la complicidad de Pepe Sesarino, que estaba arreglando las bisagras a la puerta. En el grupo de los hombres buenos, cerca de los santos, vi a Antón, el padre de Seles (no sé quién es más bueno si Antón, que está allá arriba, o Seles, que lo tenemos aquí abajo). También vi por allí a mis abuelos y tíos, a los dos Juan Pe, a Lily, a Pedro Luis, a Chacho, a Tania, a Vicente, Vicenta, José Vicente, Ma Francisca y a todos los que echáis de menos. Tirio, el municipal, me saludó con exquisita corrección y pronunciación, Anselmo, Gregoriete y mi tío Angel buscaban una esquina donde apoyarse a conversar, pues allí nadie ni se pelaba, ni buscaba gaseosa el Vesubio (dos sobres) ni había tela que cortar. Noño e Ignacio Plaza sonreían. El coro de ángeles cantaba, y cuando subían las alas, Pablito tocaba su guitarra de tres cuerdas. Nadie le rechistaba.

Captó mi atención un rumor envuelto en luz, al acercarme vi al Dios- Creador hablando a un grupo. A su lado, de pie, recto, la mirada alzada, el pulgar de su mano derecha encastrado en un recio cinturón, un cigarro liado (apagado, claro) en su boca, distinguí la figura de Santiago Avilés Martín, Catuta. El Dios-Creador explicaba, calmadamente, cómo, durante, seis días, hizo el mundo. “El primer día separé la luz de la oscuridad…” “¡Correcto!” alto y fuerte dijo Catuta, interrumpiéndolo. El Creador prosiguió, sin perder la calma, “el segundo día separé las aguas del cielo…”. “¡Correcto!”, apostilló Catuta, que añadió: “Digo yo que habrá

que separar las aguas para que haya tierra ¿no?” “Sí, Santiago, eso fue lo que pensé e hice al día siguiente”, respondió el Creador suspirando, paciente. “¡Correcto!, y salió Siles” –dijo de nuevo Catuta que, satisfecho, se presionó la frente con los dedos mientras decía “yo, de aquí, demasiao”. El Creador siguió departiendo con el grupo. Juan Antonio Vigueras expuso que el agua había que embalsarse para ser aprovechada, “y la tierra caminarse como hicieron Aníbal y su ejército cartaginés aquí en la Orospeda”, añadió su hermano Modesto. “Nada estaría completo sin bosques”, intervino José María Cervera. “Y las olivas y las huertas, hay que trabajarlas a su tiempo”, dijo con su quieta sonrisa Andrés Campayo. “Mutas mutandis” afinó Augusto Vidal, quien con voz clara recordó tanto la fecha de nacimiento de todos los presentes, con excepción del Creador, como sus parentescos. La tertulia continuaba, quizá luego habría cartas o dominó, hay que avisar a Ramón Garrido, que andará por aquí cerca.

“Supongo que sabréis que en las Acebeas están los abedules más al sur de Europa”, dijo mi padre. “¡Correcto, Don Ricardo!”.

Noté que algún ángel guardián había advertido mi no prevista presencia en aquel lugar, así que decidí, muy a mi pesar, salir. Antes vi a un grupo de mujeres, Amparo, mujer de Augusto, ensalzaba la belleza de todas, Aurora González, con su intacto acento serrano, narraba anécdotas y recetas, Encarna Vigueras diseccionaba con lucidez la situación del mundo, Aurorita Vélez no la contradecía; mi abuela Desideria, embutida en sus gafas redondas, de vez en cuando quedaba ahogada por una risa incontenible que nunca acababa de estallar recordando algo que le pasó en la botica, mi tía María Zamora preguntaba por la salud de todas; sus centenarias primas, hermanas de Virgilio, le replicaban “¿Pues cómo vamos a estar aquí, María?, en la Gloria”. Mi tía Pilar y otras amigas le decían, “vaya suerte que tienes María, ya no vas a llegar tarde a misa”. Me alejé de ellas, pasé junto a Tony, el marido de Charo Vidal, que iniciaba el relato de un chiste a unos santos varones. “Tony, no cuentes ese, no es el entorno adecuado” –le susurré. Ya enfilaba la puerta cuando reconocí a Antonio Fernández, su periódico bajo el brazo. Trataba de aconsejar a San Pablo sobre las mejores inversiones en bolsa. San Pablo, apoyado en su espada, lo exhortaba “Antonio, todo eso es humo, mundo viejo, lo

importante es el amor” “También, también” asintió Antonio, que aprovechó la ocasión para lanzar unos finos requiebros a unas santas mujeres recién llegadas, bajo la vigilante mirada de Juanita, su mujer.

A su lado, Momo dibujaba bocetos al natural de la Virgen de la Asunción, y, aun estando en el Paraíso, con tono lastimero, su ronca voz se quejaba “esto es bonito, sí, no digo que no, pero lo que a mí me gustaba era ver desde mi casa el cerro Bucentaina al atardecer”.

Y mi madre decía: “Hay que ver lo bien que se lo pasan los de Siles”.

Soñé que me despertaba del sueño una frase rotunda, que provenía de un altavoz acoplado a una furgoneta que recorría las calles del pueblo: “¡Tenemos los mejores melones de Tomelloso!” Y pensé que no hay nada como unos buenos melones de Tomelloso para volver a la realidad terrenal.

Al despertarme tomé conciencia de que ya estaba un año más en Siles, en agosto, de que ya había saludado a Paulino (Nino), a Eloy padre, a Sole madre, a Sole hija, a Pilar, a Eloy hijo, a Tinín y Gregorio, que han heredado de sus padres su buen hacer en el comercio, a Gregoria, celadora del Sequero, a Lucas Cano y Juanita, a Alberto y a Marisa, a Siro, a Yayo y Concha, a mis primos Aguilar, a Dori y Aurelia, a Emiliano y Marisa, a los hermanos Garrido (Tato, Fausto, Manolo, Amelia) y sus cónyuges, a Sebi y familia, a Germán y Campos, a Carlos Vigueras, a José Félix y Celia, a Manolo Fernández y su hermano José Antonio (bueno, a Manolo varias veces, como debe ser), a su mujer y su cuñada, buenas navarras, a los de mi edad, año arriba, año abajo: los mergos Francis y Juan Andrés (no sé quién nació antes), mi tocayo Rícar, su hermana Merche y Jose, a Manolo, Toñito, José Luis, Elías, Anselmo…

Los que no hemos nacido, pero somos adoptivos y adaptados a Siles: Esperanza, Cote, Rori, Joaquín, Javier y Malak, ya nos habíamos reunido en Nicol ́s para planificar alguna excursión por la sierra, de dificultad moderada. Ya me había reído con María José Vidal, Charo, Amparo, y Juan (nuestro médico de guardia particular).

Y al ser consciente de que se acercaban las fiestas, pensé en las de ahora y en las que conocí antes, todas son buenas. Los encierros han cambiado la Plaza del Agua y la parte de abajo por la plaza de toros y la parte de arriba; ahora, desde hace años, un fragor de vaquilla ensogada, jóvenes y agua, mucha agua, baja de punta a punta por la calle Mesones; no hay fuegos artificiales, es decir, pólvora, pero la velada literaria en la Tercia va preparando el inicio festivo. Permanecen Tiro Manolo y la verbena, desde los López Brothers, los 3 Sudamericanos o La Polaca, hasta Zócalo, Apache o los Tributos/Homenajes actuales, desde temas clásicos como “Los Hermanos Pinzones”, “Una vieja y un viejo van para Albacete”, o “El Conejo de la Loles” (este tema, de lejos, era el preferido por mis primos Garrido que venían en Land Rover desde El Viznagal) hasta el reguetón de ahora. Permanecen el maratón de la Peña del Olivar y las procesiones de San Roque, la de ida y la de vuelta, con el cohete precedente y la tormenta amenazante. Y continúa la caldera cociendo la carne de la caridad. Sigue el deporte, fútbol sala, también ya en formato maratón, y campeonato femenino, desapareció el tiro al plato y desaparecieron las carreras de bicis infantiles; por cierto, ahora la gente de Siles se toma esto muy en serio, por lo visto algunos van en bici hasta el Puntal y el Yelmo, y lo que es más increíble, vuelven en el día. Qué valor.

Qué decir del elenco de artistas que se manifiestan los días previos a las fiestas, aunque lo sean todo el año; magníficos los trabajos de Fedra, los Casimiros, mi primo Ramón, y, en sana competencia, Miguel Ángel Flores (el Cuervo), actor, pregonero, belenista, animador, ciclista (de los que vuelven en el día), sileño de pura cepa como Maria José, su mujer, atenta a todo y con todos, Silvia, pintora y versátil actriz, Alicia, virtuosa de la guitarra y de la cámara, Alicia madre, Aurelio, David, magnífico y aclamado actor en diversos papeles, Cortes y Manel, y resto de colaboradores, artistas como Genito, Venancio e Ignacia, certeros en el verso breve con hechuras de Sierra, Benito, que quema la madera, y enseña a quemarla, para embellecerla, y Paco González Sesarino, con sus inquietudes musicales y teatrales. Me quedo, corto, lo sé, hubieron y hay más, poned vosotros los nombres.

Decía que todas las fiestas son buenas. Cuando veo a mi mujer Carmen hablar con todo el mundo, enredarse en el mercadillo y disfrutar de Siles, cuando veo que mis hijas Blanca y Marta, con sus amigas Esperanza, Clara, Ángela, y, ya, Rocío, trastocan los horarios en las fiestas como hacía yo con mis hermanos y mis primos, y son amigas de los hijos, de las hijas de mis amigos, pienso que todo está bien, pienso que hay como una cinta invisible que nos va acercando a todas las generaciones. Los que antes me parecían muy jóvenes, Javier Vidal, María José de Sesarino, los hermanos Javier y Carlos Muñoz y sus cónyuges, son ya amigos; los que me parecían mayores, José Luis (Soga), Pedro Antonio, Javi y el resto de su pandilla, con sus mujeres, son también ya amigos. A mis amigas de entonces, Ma Elena, Ma Mar, Isabel, Lidia, Olga, Celia, Ana,…ahora se unen Pilar, Olga, Arancha, Raquel, Rosa…

Josan siempre fue un eslabón entre la generación de mi padre y la nuestra. Un año, la banda de los Pizarrines tocó diana y no terminaba, terminó el encierro y los Pizarrines seguían y seguían. Josan me dijo que, con mi padre y otros, se los llevó a su casa antes del amanecer, y fue tal el combustible en forma de vino que bebieron los Pizarrines, que luego no hubo manera de pararlos.

Mis recuerdos de los días de agosto empiezan con el viaje desde Córdoba, en dos Seat 1.500 relucientes de verde y rojo, prudentemente conducidos por Vicente y Chendo, en rigurosa alternancia, un viaje uno, el siguiente el otro. Ya en Siles, esos recuerdos siguen en la botica (ejemplarmente despachada por Ma Dolores y Pili, antes por Salvador y Monse), en las siestas rotas por los cascos de las mulas, en las noches del cine de verano, cuyo techo era, y es, la Vía Láctea y las estrellas fugaces, viendo películas fundamentales para la educación sentimental mía y de mi manico Juan como Las Petroleras, con Brigitte Bardot, Claudia Cardinale y Patty Shepard (de los actores, no me acuerdo, ni idea), mis recuerdos siguen en los partidos diarios de fútbol en casa de mis amigos Javier y Jose Mari Vigueras con nuestro grupo de amigos de Siles. Jose Mari nos decía: “Mi padre dice que podemos jugar si no decimos palabrotas”. Algunos contestaban: “pero si nosotros no decimos palabrotas, pijo”.

La medida del tiempo en Siles es el Paseo. Puesto que el tiempo es relativo, lo que se tarda en recorrer el Paseo también. Recuerdo un trayecto, con Antonio Fernández y su sobrino Alberto, de más de un hora desde el estanco hasta el Mezquita, con las preceptivas paradas intermedias para saludar. Igual que el Casinete tiene sus normas, el Paseo tiene su ruta: desde casa Isaías (ahora Maxi), hasta el bar de Kiko (Kiko, cuando cerraba, se incorporaba al turno de ronda nocturna con mi padre, Momo y Antonio Fernández, recogiéndole el testigo a Pepe Sesarino, Julio y Juanito).

Sabed, jóvenes, que Siles llegó a tener dos discotecas a pleno rendimiento, y que Groucho, así llamada la ubicada en los sótanos del bar de Pepe y después de Pedro, tuvo el privilegio de contar como disc jockey (dj) a Miguel Angel Martínez, que con maestría conseguía que bailáramos a ritmo de…Bob Dylan, y que el recinto se cerrara con las notas de Pink Floyd. Todo un lujo.

Voy terminando, serénense. Unas nuevas fiestas van a comenzar, desde el Ayuntamiento seguro que habéis puesto todo lo vuestro, ahora tenemos que poner lo nuestro. Si me permitís, unos breves consejos: jóvenes moteros, el tubo de escape, entero (ahí va mi poema del pregón, sin la hondura de aquellos con los que mi tío Paco nos obsequió aquí mismo, hace once años). Otro consejo: respetad a vuestros mayores, así que respetadme, porque yo ya soy mayor (ay, qué láaaastima).

Ahora tocaba decir “vivamos todos esta fiestas en armonía”, pero sé que es imposible, mientras unos están allí, otros estarán más allá, mientras unos duermen, otros parece que no lo hacen nunca, mientras la mayoría nos divertimos, algunos no pueden por falta de salud o porque trabajan para que nos divirtamos, así que, mejor, vivamos estas fiestas en feliz disarmonía. Un breve comentario respecto a las despedidas en las 4 esquinas; sí, ya sé que ese lugar es mágico, que pronto aparecerá por aquí Iker Jiménez (que no es hermano de Antonio), pero como habitante de una de esas 4 esquinas, os ruego, en mi nombre y en el de mi familia, que las despedidas de madrugada no duren más de media hora. No repitáis más de lo necesario aquello de “bueno, ya si eso mañana nos vemos”. Porque vamos a ver: ¿cómo no vais a veros mañana? Es imposible que en

fiestas no os veáis mañana, ni pasado mañana ni al otro, os vais a ver seguro, así que con un “hasta mañana” (es decir, hasta dentro de un rato) es suficiente. Y por favor nada de “pues, ya que estamos, nos quedamos a que abran la cafetería”. Nooooo. Dejad que las chicas de la cafetería de Las 4 Esquinas descansen y abran a una hora prudencial, que de todas maneras será a la amanecida.

Cuando el día 16 el estandarte/simpecado de San Roque, portado por Jose, inicie el descenso y tome la curva de la carretera, casi habrán terminado las fiestas, un año más. Nos aparecerá otra arruga en la cara, quizá alguna muesca en el corazón, pero no hay que venirse abajo, porque el perro de San Roque, que sí tiene rabo, vendrá a lamernos las llagas del alma.

Y cuando al repique de las campanas de la ermita, San Roque brevemente detenido, manos generosas cojan la albahaca y la lancen de espaldas, sabed que su fragancia invadirá el tiempo y el espacio hasta llegar a todos nosotros, y a los que nos precedieron.

¿Y el futuro? “Qué sabe nadie”- “Qué sabe nadieeeeee” (aprovecho para proponer que Raphael sea el protagonista de algún Puntal Rock). El futuro es vuestro, es nuestro, si nos aplicamos. Yo solo espero que mi tía Jacinta, a punto, como buena sileña, de ser centenaria (mi tío Paco no va mal tampoco), al volver cada año a abrir la casa donde nació y creció con sus padres, tíos y hermanos, me siga preguntando durante muchos años: “¿Cuándo vais a venir?”

Solo me resta desearos felices fiestas y pediros que digáis con sileña sonoridad:

“Viva Siles”
“Viva San Roque”
Y “Vivan las madres que nos parieron”. Muchas gracias.
Siles, 12 Agosto 2019

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